sábado, 5 de noviembre de 2011

En la doliente soledad del domingo - Gioconda Belli



Aquí estoy,
desnuda,
sobre las sábanas solitarias
de esta cama donde te deseo.
Veo mi cuerpo,
liso y rosado en el espejo,
mi cuerpo
que fue ávido territorio de tus besos;
este cuerpo lleno de recuerdos
de tu desbordada pasión
sobre el que peleaste sudorosas batallas
en largas noches de quejidos y risas
y ruidos de mis cuevas interiores.
Veo mis pechos
que acomodabas sonriendo
en la palma de tu mano,
que apretabas como pájaros pequeños
en tus jaulas de cinco barrotes,
mientras una flor se me encendía
y paraba su dura corola
contra tu carne dulce.
Veo mis piernas,
largas y lentas conocedoras de tus caricias,
que giraban rápidas y nerviosas sobre sus goznes
para abrirte el sendero de la perdición
hacia mi mismo centro,
y la suave vegetación del monte
donde urdiste sordos combates
coronados de gozo,
anunciados por descargas de fusilerías
y truenos primitivos.
Me veo y no me estoy viendo,
es un espejo de vos el que se extiende doliente
sobre esta soledad de domingo,
un espejo rosado,
un molde hueco buscando su otro hemisferio.
Llueve copiosamente
sobre mi cara
y sólo pienso en tu lejano amor
mientras cobijo
con todas mis fuerzas,
la esperanza.

martes, 20 de septiembre de 2011

La primavera besaba



La primavera besaba
suavemente la arboleda
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.

Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil...
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril.

Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
-recordé-, yo he maldecido
mi juventud sin amor.

Hoy, en mitad de la vida.
me he parado a meditar...
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!
Antonio Machado

jueves, 18 de agosto de 2011

El erotismo según Julio Cortázar



...rechacé la sabana y la obligué a tenderse poco a poco de lado, besándole los senos, buscándole la boca que murmuraba palabras sueltas y quejidos de entresueño, la lengua hasta lo más hondo mezclando salivas en las que el coñac había dejado un lejano sabor, un perfume que también venia de su pelo en el que se perdían mis manos, tirándole hacia atrás la cabeza pelirroja, haciéndole sentir mi fuerza, y cuando se quedo quieta, como resignada, resbalé contra ella y una vez más la tendí boca abajo, acaricié su espalda blanquísima, las nalgas pequeñas y apretadas, las corvas juntas, los tobillos con su rugosidad de tanto zapato, viajé por sus hombros y sus axilas en una lenta exploración de la lengua y los labios mientras mis dedos le envolvían los senos, los moldeaban y despertaban, la oí murmurar un quejido en el que no había dolor pero una vez más vergüenza y miedo porque ya debía sospechar lo que iba a hacerle, mi boca bajaba por su espalda, se abría paso entre la doble piel suavísima y secreta, mi lengua se adelantaba hacia la profundidad que se retraía y apretaba hurtándose a mi deseo. Oh no, no, así no, le oí repetir, no quiero así, por favor, por favor, sintiendo mi pierna que le ceñía los muslos, liberando las manos para apartarle las nalgas y ver de lleno el trigo oscuro, el diminuto botón dorado que se apretaba, venciendo la fuerza de los músculos que resistían. Su neceser estaba al borde de la mesa de noche, busqué a tientas el tubo de crema facial y ella oyó y volvió a negarse, tratando de zafar las piernas, se arqueo infantilmente cuando sintió el tubo en las nalgas, se contrajo mientras repetía no, no, así no, por favor- así no, infantilmente así no, no quiero que me hagas eso, me va a doler, no quiero, no quiero, mientras yo volvía a abrirle las nalgas con las manos libres y me enderezaba sobre ella, sentí a la vez su quejido y el calor de su piel en mi sexo, la resistencia resbalosa y precaria de ese culito en el que nadie me impediría entrar, aparté las piernas para sujetarla mejor, apoyándole las manos en la espalda, doblándome lentamente sobre ella que se quejaba y se retorcía sin poder zafarse de mi peso, y su propio movimiento convulsivo me impulsó hacia adentro para vencer. la primera resistencia, franquear el borde del guante sedoso e hirviente en el que cada avance era una nueva suplica, porque ahora las apariencias cedían a un dolor real y fugitivo que no merecía lástima, y su contracción multiplicaba una voluntad de no ceder, de no abjurar, de responder a cada sacudida cómplice (porque eso creo que ella lo sabia) con un nuevo avance hasta sentir que llegaba al término como también su dolor y su vergüenza alcanzaban su término y algo nuevo nacía en su llanto, el descubrimiento de que no era insoportable, que no la estaba violando aunque se negara y suplicara, que mi placer tenía un límite ahí donde empezaba el suyo y precisamente por eso la obstinación en negármelo, en rabiosamente arrancarse de mí y desmentir lo que estaba sintiendo, la culpa, mama, tanta hostia, tanta ortodoxia. Caído sobre ella, pesando con todo mi peso para que me sintiera hasta lo más hondo, le anudé otra vez las manos en los senos, le mordí el pelo en la base del cuello para obligarla a estarse inmóvil aunque su espalda y su grupa temblaban acariciándome contra su voluntad y se removían bajo un dolor quemante que se volvía reiteración del quejido ya empapado de admisión, y al final cuando empecé a retirarme y a volver a entrar, apartándome apenas para sumirme otra vez, poseyéndola mas y mas mientras la oía decir que la lastimaba, que la violaba, que la estaba destrozando, que no podía, que me saliera, que por favor se la sacara, que por favor un poco, un momento solamente, que le hacía tanto mal, que por favor, que le ardía, que era horrible, que no podía mas, que la estaba lastimando, por favor querido, por favor ahora, ahora, hasta que me acostumbre, querido, por favor un poco, sacamela por favor, te pido, me duele tanto, y su quejido diferente cuando me sintió vaciarme en ella, un nacimiento incontenible de placer, un estremecerse en el que toda ella, vagina y boca y piernas duplicaban el espasmo con que la traspasé y la empalé hasta el límite, sus nalgas apretadas contra mis ingles, tan unido a ella que toda su piel era mi piel, un mismo desplomarse en la llamarada verde de ojos cerrados y confundido pelo y piernas enredadas y el venir de la sombra resbalando como resbalaban nuestros cuerpos en un confuso ovillo de caricias y de quejas, toda palabra abolida en el murmullo de ese desligamiento que nos liberaba y devolvía al individuo, a comprender otra vez que esa mano era su mano, y que mi boca buscaba la suya para llamarla a la conciliación, a una salada zona de encuentro balbuceante, de compartido sueño."
El libro de Manuel
Julio Cortázar

lunes, 8 de agosto de 2011

Cuando te acuerdes de mi cuerpo



Cuando te acuerdes de mi cuerpo
y no puedas dormir
y te levantes medio desnuda
y camines a tientas por tus habitaciones
borracha de estupor y de rabia
en algún lugar de la Tierra
yo andaré insomne por algún pasillo
careciendo de ti toda la noche
oyéndote ulular muy lejos y escribiendo
estos versos degenerados.
FELIX GRANDE

martes, 24 de mayo de 2011

A medianoche

A medianoche me despierta la lluvia, un aguacero,
el viento azota las hojas, orejas
enormes, plumas enormes,
como un animal perseguido, un perro
gigantesco o un cerdo salvaje. Truenos y ventanas
que se estremecen; del tejado metálico
cae una tromba de agua.

Estoy tumbada bajo el mosquitero,
enredada en una tela húmeda, el pelo lleno de sal.
Cuando escampe habrá luciérnagas
y estrellas, más brillantes que en cualquier lugar;
podría contemplarlas en momentos
de pánico. Están a años luz, si lo piensas.

A la porra la poesía, es a ti a quien deseo:
tu sabor, la lluvia
en tu cuerpo, mi boca en tu piel.
Margaret Atwood

martes, 5 de abril de 2011

Te he querido, tu bien lo sabes.




Te he querido y te quiero

a pesar de ese hilo de luto que me hilvana

al filo de la tarde.

Y tengo miedo.

De la lluvia, del pájaro de nubes,

del silencio que llevo conmigo a todas partes.

Tengo miedo a la noche,

a quedarme encerrada entre alambres del sueño,

a la palabra olvido

y a tus brazos en forma de barrotes dorados.

Miedo a recorrer la casa y saberla vacía,

o a quererte, de nuevo, mucho mejor que antes.

No me abandones en esta larga ausencia.

Recuerda lo que he sido para ti otros inviernos:

el tiempo de querernos indefinidamente,

el mar,

los barcos que llegaban sin muertos a la orilla,

el ruido de las olas al fondo de la casa.

Y el viento,

recuerda el viento, amor, doblando las esquinas.

Elsa López

jueves, 3 de febrero de 2011

Los gozos de los elegidos


Iba un guardia de corps, lector amado,

a más de media noche, apresurado

a su cuartel y, al revolver la esquina

de la calle vecina,

oyó que de una casa ceceaban

y que, abriendo la puerta le llamaban.

Determinó acercarse

porque era voz de femenil persona

la que el lance ocasiona,

y sin dudar, a tiento,

de uno en otro aposento,

callado y sin candil, dejó guiarse

hasta que, al parecer, llegó la dama

donde estaba la cama

y le dijo: -Desnúdate, bien mío,

y acostémonos pronto, que hace frío.

El guardia la obedece

metiéndose en el lecho que le ofrece,

cuyo calor benéfico al momento

le templa el instrumento,

y mucho más sintiendo los abrazos

con que en amantes lazos

la dama que le entona

expresiva y traviesa le aprisiona.

Entonces, atrevido,

intentó la camisa remangarla

y rijoso montarla;

mas quedó sorprendido

al ver que ella obstinada resistía

la amorosa porfía,

y que, si la dejaba,

también de su abandono se quejaba,

hasta que al fin salió de confusiones

oyendo de la dama estas razones:

-¿Cómo te has olvidado

del modo con que habemos disfrutado

siempre de los placeres celestiales?

¿Los deleites carnales

pudiera yo gustar inicuamente

cuando mi confesor honestamente

sabes que me ha instruído

de cómo gozar debe el elegido

sin que sea pecado?

¡Pues bien que te has holgado

conmigo en ocasiones

sin faltar a tan puras instrucciones!

El guardia, deseando le instruyera

en lo que eran delicias celestiales,

dejó que dispusiera

la dama de sus partes naturales;

y halló que su pureza consistía

en que el varonil miembro introducía

dentro de su natura

por cierta industriosísima abertura

que, sin que la camisa se levante,

daba paso bastante,

como agujero para frailes hecho,

a cualquier recio miembro de provecho.

Con tal púdico modo

logró meter el guardia el suyo todo,

gozando a la mujer más cosquillosa

y a la más santamente lujuriosa.

Mientras los empujones,

ella usaba de raras expresiones,

diciendo: -¡ Ay, gloria pura!

¡Oh celestial ventura!

¡Deleites de mi amor apetecidos!

¡Ay, goces de los fieles elegidos!

El guardia, que la oía

y a su pesar la risa contenía,

dijo: -Por fin, señora,

no he malgastado el tiempo,

pues ahora me son ya conocidos

los goces de los fieles elegidos.

Al escuchar la dama estas razones,

desconoció la voz que las decía;

mas, como en los postreros apretones

entorpecer la acción no convenía,

exclamó: -¡ Ay, qué vergüenza! ¡ Un hombre extraño...

!No te pares...! ¿Se ha visto tal engaño...?

¡ Angel del paraíso...! ¡Qué placeres...!

¡Ay, métemelo bien seas quien fueres!

de El Jardín de Venus
Félix María Samaniego

sábado, 1 de enero de 2011

FELIZ 2011

Que todo te sea dado en abundancia.
Muchas Felicidades!!!!!!!

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